Rear Window (1954)
Maestro:
Si yo fuera tu alumna,
pasearía delante de tu ventana con mi cintura de avispa,
con mi encanto de princesa,
con el suspenso de mi rostro, fino, blanco,
con aire de porcelana.
Y te pediría que me indiques dónde pararme,
esperaría que me corrijas la mirada y borres esos parlamentos
que en mi boca saben tan mal.
Me olvidaría de ese tullido temporal,
y me quedaría sentada en mi Gracia,
sosteniendo mi corona entre tus planos,
arrasando la pantalla sin imaginar el gran final.
Películas que son tesoros...y ese querer ser otro que surge, inevitable. Una forma de reflexión que, como yo, es en exceso subjetiva.
viernes, 22 de julio de 2011
miércoles, 13 de julio de 2011
Luis César Amadori
Dios se lo pague (1948)
Decime, Nancy,
¿No estás cansada de esa doble vida?
La angustia, la soledad, el desamor.
Tan finamente vestida.
Tan sórdidamente mantenida, así, cautiva.
Rodeada de joyas y pieles.
Completamente jugada,
rendida ante ese hombre, de tan correcto neutro que desempeña su papel a la perfección.
Si la niña poética hubiera podido ser un poco Nancy
te respondería que no, que no estoy cansada,
que no estoy sola ni desamorada,
porque me alcanza mirarme al espejo
y sonreír mientras me regodeo de tan vanidosa que soy.
Pero, ojo.
Por fuera, en mis pómulos de muñeca,
corren ríos que cumplen al pie de la letra con el melodrama clásico que indica el guión.
Decime, Nancy,
¿No estás cansada de esa doble vida?
La angustia, la soledad, el desamor.
Tan finamente vestida.
Tan sórdidamente mantenida, así, cautiva.
Rodeada de joyas y pieles.
Completamente jugada,
rendida ante ese hombre, de tan correcto neutro que desempeña su papel a la perfección.
Si la niña poética hubiera podido ser un poco Nancy
te respondería que no, que no estoy cansada,
que no estoy sola ni desamorada,
porque me alcanza mirarme al espejo
y sonreír mientras me regodeo de tan vanidosa que soy.
Pero, ojo.
Por fuera, en mis pómulos de muñeca,
corren ríos que cumplen al pie de la letra con el melodrama clásico que indica el guión.
miércoles, 6 de julio de 2011
Michelangelo Antonioni
L'avventura (1960)
Es posible detenerse,
mirarnos, cuando Anna no esté.
Un tiempo que se dilata,
de puro placer nos embriaga,
con la culpa de que está, aún, viva.
Nosotros, que sentimos el deseo,
furioso, en cada centímetro de piel,
y a pesar de todo ello seguimos buscándola hasta volvernos locos.
En cada jornada de sol radiante,
cada noche,
en el mar y en su yate tan lujoso de riqueza mersa,
deseaba que Anna apareciera para no tener que lidiar más con esta confusión.
Y yo, como niña poética que soy, la miro una y otra vez,
a Mónica Vitti, si, a ella, solamente a ella.
Miro sus labios, sus ojos,
siento su angustia de mujer, tan fatal como esa mirada que siempre soñé tener,
caminando sinuosa, robándome todos los planos,
y las palabras de Antonioni,
resonando en mis oídos,
también me las robaría,
y huiría corriendo, dejando sólo una estela de pasión al correr.
Es posible detenerse,
mirarnos, cuando Anna no esté.
Un tiempo que se dilata,
de puro placer nos embriaga,
con la culpa de que está, aún, viva.
Nosotros, que sentimos el deseo,
furioso, en cada centímetro de piel,
y a pesar de todo ello seguimos buscándola hasta volvernos locos.
En cada jornada de sol radiante,
cada noche,
en el mar y en su yate tan lujoso de riqueza mersa,
deseaba que Anna apareciera para no tener que lidiar más con esta confusión.
Y yo, como niña poética que soy, la miro una y otra vez,
a Mónica Vitti, si, a ella, solamente a ella.
Miro sus labios, sus ojos,
siento su angustia de mujer, tan fatal como esa mirada que siempre soñé tener,
caminando sinuosa, robándome todos los planos,
y las palabras de Antonioni,
resonando en mis oídos,
también me las robaría,
y huiría corriendo, dejando sólo una estela de pasión al correr.
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