jueves, 4 de agosto de 2011

Leopoldo Torres Ríos

La vuelta al nido (1938)

Nacía una estrella y poco tiempo después se apagaba.
Y acá sí que brilló.
Leopoldo padre justifica todo lo que aprendió Leopoldo hijo.
José es todo y para mostrarlo basta solo un plano,
recuadro del cuadro,
ese primer plano, angustiado, después de amenazar al Sr. Gerente.
Huye sumido en dolor… soledad… y un magistral silencio al que Leopoldo lo arrastra con brillante raccord de mirada, en cada toma, en cada escena.
La continuidad sin palabras,
la actuación medida tan realista y orgánica que no era posible entenderla en aquellos tiempos.
Traga saliva para no gritar, baja la mirada para no matar.
Si le hubieras preguntado a Amelia, si hubieras hablado,
te hubiera jurado que no, que era mentira,
te hubiera besado como nunca,
yo, la niña poética, llevaría mis brazos alrededor de tu cuello,
te susurraría al oído con furia de amor y aunque sea por un rato,
hubieramos eludido el trágico final al que nos obligaba el guión.

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